Recuerdo que cuando regresé a Colombia, tuve un momento de vacilación en el que me pregunté sobre la utilidad de mi trabajo. Un par de años antes había terminado mi tesis de doctorado, un estudio sobre la regeneración de plantas en un bosque tropical de la Guyana Francesa. Ante los infortunios de mi país, me pareció trivial seguir ahondando en “la importancia relativa de la teoría de nichos y de la teoría neutral en la estructuración de las comunidades de plántulas de un bosque tropical” (si no entendieron esta frase, ese era tal vez mi problema). Aunque la regeneración de los bosques tropicales parece un tema muy relevante en estos tiempos de “deforestación sin precedentes”, “crisis ambiental” y “desastres ecológicos”, los aspectos que desarrollé en mi tesis fueron teóricos y específicos al sitio de estudio, y no es tan sencillo convertir los resultados de mi doctorado en un insumo directo para la restauración de bosques degradados. Afortunadamente, la duda que me asaltó fue pasajera y caí en cuenta rápidamente que lo que en realidad me cautiva es la compresión de la naturaleza porque sí, el entender por entender. Simplemente quiero saber cómo funcionan los bosques tropicales, porqué son tan diversos, porqué hay unas especies aquí y no allá. Básicamente, mi mayor estimulo es la curiosidad.
Claro, en el contexto ambiental actual, en donde probablemente nosotros estamos causando nuestra propia extinción, puede parecer perverso detenerse en la generación de conocimiento sin establecer puentes entre la ciencia y los graves problemas ambientales que enfrenta el planeta. Sin embargo, es clave que el conocimiento científico tenga un valor per se, y más aún, que sea reconocido por la sociedad. Desafortunadamente, la utilidad de los resultados científicos es escurridiza para muchos, en particular si éstos no son fácilmente convertidos en productos o servicios vendibles o consumibles.
El conocimiento generado por la ciencias básicas ha tenido, sin embargo, importantes consecuencias políticas, económicas y sociales. De hecho, no creo que exagere si digo que la sociedad y la geopolítica actual han sido moldeadas por la ciencia. Por ejemplo, a principios del siglo XIX, la electricidad no era más que un divertimento. Michael Faraday, científico inglés de la época, investigó tercamente la interacción entre la electricidad y las fuerzas magnéticas, movido únicamente por el amor a la ciencia y por la curiosidad. Sus investigaciones lo llevaron a descubrir la inducción electromagnética, y a entender cómo podía convertir la electricidad en movimiento, inventado así el motor eléctrico. Menos de medio siglo después, Inglaterra lideraba la revolución industrial, en gran parte gracias a los descubrimientos de Faraday. Sin irnos tan atrás en el tiempo, yo no estaría escribiendo este texto en un computador, ni mucho menos publicándolo en un blog a través de internet, si no fuera por la asombrosa expansión en el campo de la física de partículas. La manera en la que se relacionan las personas actualmente cambió drásticamente por cuenta de la televisión y el internet, y, más recientemente, de las redes sociales y los teléfonos inteligentes. Las raíces de esta tecnología se anclan en las ciencias básicas.
Dudo que Faraday alguna vez imaginara el increíble impacto que tendría su curiosidad en el desarrollo de la sociedad en la que vivió. Y esta es una de las características más elementales de las ciencias básicas: la serendipia. Aunque nuestras preguntas de investigación pueden parecer futiles, superfluas, inútiles, triviales, o redundantes, todas tienen algo en común: que no tenemos ni remotamente idea cuál va a el resultado de nuestra investigación. La serendipia nos ha llevado a los más grandes descubrimientos. Arno Penzias y Robert Wilson encontraron, por pura serendipia, la clave para probar la teoría del Big Bang. Estos dos astrónomos intentaron usar una antena como radio-telescopio para detectar señales de radio en la Vía Láctea. Sin embargo, sus intentos fueron todos fallidos pues un ruido de fondo de origen desconocido les impedía culminar su labor. Este ruido fue luego identificado como el fondo cósmico de microondas residuales del Big Bang, descubrimiento que les valió el Premio Nobel de Física en 1978.
Como dijo Freeman Dyson’s1, ‘every important discovery in science is, by definition, unpredictable. If it were predictable, it would not be an important discovery. The purpose of science is to create opportunities for unpredictable things to happen.’
Así que no, no siempre sabemos porqué es importante lo que hacemos, ni si nuestros hallazgos científicos van a ser útiles para la sociedad en un corto plazo. Aunque es indiscutible que la ciencia debe estar al servicio de la sociedad, también es primordial que una de sus principales motivaciones sea sencillamente la curiosidad. Por esto sigo haciendo investigación en ciencias básicas, y estudiando la ecología de los bosques tropicales de Sur América. Cómo va a contribuir esto al desarrollo de estrategias de conservación y manejo de zonas intervenidas o degradadas, no lo puedo decir con certeza, pero tengo la convicción de que de alguna u otra manera, la generación de conocimiento siempre es y será útil.
1Freeman Dyson F. From Eros to Gaia. London, UK: Penguin Science; 1993. p. 68.